CHINA LOCUTA ¿CAUSA FINITA?
Copio el título de una publicación que leí ayer escrita por Augusto Álvarez Rodrich en La República. Y aunque la pregunta no va dirigida a mí, me atrevo a lanzar una respuesta: No
No se requiere facultades de vidente para saber que a los comuneros involucrados en el tema del conflicto con Las Bambas les interesa poco o nada lo que el embajador chino diga. De hecho, salvo que el embajador sea muy obtuso, o que ignore la realidad del país al que vino, es difícil considerar sus declaraciones como algo más que una bravuconada destinada a mejorar la posición negociadora de Las Bambas.
Es más, los hechos concuerdan con lo que señalé en anterior artículo en este mismo blog, referido específicamente al tema de dicha mina. Al momento de escribir estas líneas, el acceso a la mina había sido nuevamente bloqueado. Y así seguirá la cosa.
No estamos en China (a dios gracias). El Estado peruano no puede, porque la realidad social y política lo impiden, ingresar con la fuerza pública a desalojar a golpes o balazos a los invasores y luego mantener una guarnición para repeler, igualmente a balazos y golpes, a quienes intenten nuevamente tomarla. O tener la misma actitud con relación a bloqueos de carreteras. Y de paso crear un batallón de élite para cuidar la trocha pomposamente denominada “corredor minero”. El Estado peruano no puede dar seguridad, salud, educación y atención judicial decente a su población. ¿Está obligado a ser el relacionista comunitario de los inversionistas en sus recursos naturales?
El embajador, que estoy seguro está en esa posición porque tiene las capacidades para ello, sabe en su fuero interno que las necesidades son enormes y que, le guste o no, si quiere hacer inversiones en el Perú tiene que lidiar con el tema de los conflictos sociales metiendo la mano a bolsillo de manera razonada, porque tampoco es cosa de repartir sobornos a dirigentes y alcaldes para que convenzan a la población. Cambiar el estudio de impacto ambiental para usar camiones en lugar del mineroducto inicialmente previsto, no es la mejor forma de evitar conflictos.
Si la población no ve la presencia de la mina como legítima y beneficiosa para todos, los problemas seguirán.
Y seguirán en perjuicio directo de la mina e indirecto del país. El perjuicio al país no consistirá sólo en impuestos dejados de percibir y que son nada al lado de las ganancias de Las Bambas, o en que empresas con dueños de mejor criterio, se desanimen de venir. Toda persona medianamente vinculada al tema sabe que los inversionistas en recursos naturales están al tanto de estos problemas y saben lidiar con ellos, salvo casos extremos como guerras, o niveles de violencia que sean insostenibles.
Digo otros dueños porque como puede apreciarse del comportamiento del embajador, el propietario verdadero de Las Bambas, más allá de ficciones legales, es el Estado chino. Quien ha salido en esta oportunidad a hablar sobre un tema que no tiene nada que ver con las relaciones entre países, sino que es propio del manejo de la empresa, es el embajador; no ha sido el gerente general de Las Bambas, que es el vocero natural de la empresa, sino el representante de China en el Perú y eso preocupa.
Nota aparte merece el esquizofrénico “modelo peruano” de privatización, así como el rol subsidiario del Estado en la actividad económica. Despojamos al Estado peruano, es decir a todos los ciudadanos peruanos, para que nuestras riquezas sean administradas por el Estado chino. Además, el Estado peruano no puede ejercer actividad empresarial, pero el Estado chino y el de cualquier otro país, sí y en nuestro propio suelo.
Volviendo al tema. quienes algún contacto tengan con el funcionamiento de las empresas estatales chinas, coincidirán conmigo en que el verdadero gerente general de estas es el embajador en el país. O quizá, sea más propio decir que el embajador chino se asemeja a un jefe de Estado y el gerente general a un jefe de gobierno. El embajador no está en el día a día de las operaciones (o por lo menos eso creo), pero sí está para todos los grandes temas. Hasta en lo formal y externo, cuando el embajador visita la sede de una empresa se refiere a ella como “nuestra empresa”. Su discurso podría ser repetido por el gerente general y no tendría que cambiar ni un pronombre.
Ello causa preocupación, no solo porque China es un importante socio comercial del Perú, sino porque pareciera que dicho país no está dispuesto a respetar el artículo 71 de nuestra constitución, de acuerdo con la cual ningún inversionista puede invocar protección diplomática. Atendiendo al texto expreso de la norma, se podría sostener que no resulta claro que Las Bambas haya buscado ampararse en tal tipo de protección, pero lo que no puede cuestionarse es que el embajador chino se ha tomado la libertad, ha tenido la temeridad, de hacer un pronunciamiento a nombre de Las Bambas, y de decir que es lo que debe hacer el gobierno del Perú, al pedir que se fiscalice qué han hecho los comuneros con el millón de soles que supuestamente recibieron.
Difícilmente alguien en el Perú le recordará al representante de la dictadura más grande del mundo que actuar en representación de empresas, hacer de vocero de éstas, públicamente, no es la función de un embajador. Tampoco lo es decir que se controle en qué gastó cada comunero el millón de soles que según el embajador recibieron. Felizmente, habría que decirle al embajador, no estamos en China. Con todas nuestras carencias y defectos, en el Perú las personas hacemos con nuestras cosas lo que nos plazca. El control se puede hacer con los fondos públicos, pero no con el patrimonio de los particulares.
Quizá el embajador, debiera también preocuparse de saber si la empresa que ahora representa ha cumplido en su integridad con sus compromisos, porque el problema de Las Bambas es un problema para el Perú también. Y ello, porque la torpeza de los representantes legales de Las Bambas, de quienes tienen la responsabilidad del manejo del día a día, ha permitido que las cosas lleguen a donde están llegando. Y digo “están” llegando porque no me resulta claro si se ha alcanzado la cúspide de la conflictividad.
Y por la torpeza de quienes dirigen la mina, esta se halla paralizada, y por ello el embajador, el representante del verdadero dueño de la empresa que es el Estado chino, se inmiscuye, hace de protector de un interés específico como es el de la empresa dueña de Las Bambas y con ello genera al Perú un posible problema de relaciones bilaterales en cuyo contexto el tamaño de China no puede sino resultar intimidatorio.
En el mundo de las relaciones internacionales, y en el de las intra nacionales también, la realidad se impone. Así como a nivel de sociedad, cuando no hay quien proteja al débil el fuerte abusa porque eso está en los genes del primate que somos, a nivel de países ello ocurre con mayor frecuencia, porque a estados soberanos fuertes no hay quien les ajuste el freno. Por más que organismos multilaterales emitan resoluciones de condena o que se invoque los tratados habidos y por haber, la fuerza potencial o actual es la que se impone.
Las relaciones entre China y Perú no tienen por qué ser la excepción. Ya tenemos la invasión china, dentro de nuestras fronteras, al igual que muchos otros países del llamado tercer mundo (y en algunos del primer mundo también), y librarnos de ella será imposible. En los últimos meses, los actos de corrupción de los que son coprotagonistas empresas chinas se descubren a diario. Así que solo queda agachar la cabeza y soportar que el embajador chino y las empresas del Estado chino, digan o hagan lo que quieran. Si no veamos que tuvo que hacer Canadá cuando se las dio de fuerte y arrestó a la hija del dueño de Huawei. Si Canadá tuvo que humillarse ¿qué podría esperarse de un país raquítico para estándares internacionales como el nuestro?
Lima, 23 de junio de 2022